|
Alejandro Gómez-Franco |
En “El Mal de Q”, podemos encontrar una continuidad con “El Duelo”, en la forma moderna del esclavo que es la neurosis obsesiva. No podríamos encontrar otro diagnóstico si nos pidieran que hiciéramos el del personaje de este cuento. Un hombre que decide esquivar a la muerte haciendo de su vida una sucesión de actos escrupulosa y minuciosamente respetados y consignados; pero hay algo que se escapa a ese férreo control: los sueños, y como no puede evitarlos encuentra la estrategia para no recordarlos. Esa estrategia es la lectura, pero es una lectura desapasionada que tiene por única misión evitar la inquietud y desasosiego que pueden introducir los sueños. No lee para saber ni tampoco para encontrar placer. Lee para dormir sin sueños, para seguir siendo aún dormido un muerto en vida. Continua así hasta que un buen día se encuentra en una librería con un joven de aspecto algo enfermizo que le entrega un libro. Con cierta reticencia lo coge y lo lleva a su casa donde lo deposita en una pila olvidándose de él hasta que una noche, habiendo acabado las lecturas programadas y comprobando que aún disponía de algún tiempo antes de dormirse, su atención recae sobre el libro que le había entregado el joven desconocido. A partir de allí comienza su transformación que, de alguna manera aunque lejana, recuerda a la metamorfosis kafkiana. Primero son los signos que vienen del interior de su cuerpo, las nauseas y los consecuentes vómitos, hasta que esos signos internos se muestran en el exterior de su cuerpo, primero como una pequeña llaga y luego como una costra pútrida que cubre todo su cuerpo que el espejo le muestra sin ninguna piedad revelándole su condición de mortal. Cae entonces en un sueño angustiante en el que con su dedo convertido en espada, signo del duelo que está librando, atraviesa su propio corazón. Al despertar, ese mismo dedo está clavado en la página en blanco.Podemos decir que ahora el personaje esta en situación de enfrentarse a la vida. Una vez que se ha enfrentado a la muerte puede escribir su propio destino, el dedo pasivo que daba vuelta las páginas de los libros que lo ayudaban a mantenerse muerto y que se transformó en espada con la que recupera la vida se transforma en la pluma con la que escribirá su vida.
La belleza de este cuento reside tanto en la forma como en el sentido que esa forma acoge y propicia. Y nos recuerda también la función iniciática de la literatura, todos tenemos un libro que nos abrió los ojos, que despertó en nosotros el deseo de saber y nos enfrentó a la verdad bajo la forma de ficción que le es propia.
Fragmento de la exposición que Alejandro Gómez-Franco realizó sobre los cuentos de «El mal de Q.», en la inauguración de la Sala Silvina Ocampo del Consulado Argentino en Barcelona, el 27 de mayo.