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Carlos Vitale |
Antonio Tello es un poeta que arriesga, que no se conforma. Me gusta pensar en él como un alpinista. Tello escala una montaña y cuando llega a la cima no se detiene a mirar, extasiado, el paisaje, el éxito obtenido, sino que baja y vuelve a subir la misma montaña por otra ladera o busca otra montaña aún más alta y escarpada. Tello es un Sísifo tenaz y deliberado. Quiere respuestas, pero sólo encuentra preguntas. “La caricia de las serpientes es bífida”, dice. Es caricia, sí, pero es bífida, caricia que no es de fiar, caricia de serpiente. En realidad, parece decir Tello, mejor indagar que hallar, porque cuando hallas ves que “los jardines” son “espejismos del destierro”. Queda, pues, la “voluntad de conocer”. Pero ¿vale la pena, si “la esperanza es la estela del vacío”? Porque el “vacío” deja “huellas”, mucho más profundas, a veces, que las de la plenitud. “Huellas de patrias en el vacío”, escribe poco después. Y todavía más, la sombra “ya no es sombra. Es luz. Vacío”. El vacío es el que nos ilumina, el que echa luz. Terrible conclusión, nos ilumina para que veamos aún mejor el vacío, el vacío que está en nosotros, que somos nosotros. Ver que no somos, o somos sólo vacío. Por eso el poeta es “extranjero de la luz”, la luz le muestra lo que no es, o quizá peor, que no es nada. Apenas “sílabas de arena”, a merced del mar, que puede borrarlas a su antojo.
Fragmento de la exposición de Carlos Vitale sobre la poesía de Tello hecha durante la inauguración de la Sala Silvina Ocampo del Consulado de la República Argentina el 27 de mayo de 2010.